Covid-19. Ese término que se ha filtrado por todos y cada uno de los resquicios de la vida cotidiana, traspasando fronteras científicas y arrasando economía y sistema social generando una pandemia de dimensiones nunca antes conocidas. Una pandemia que nos ha recordado a la fuerza que hay elementos en nuestro entorno que no podemos ver, oler o tocar, una falta de percepción sensorial que no las exime de convertirse en una amenaza.
Lo llevan advirtiendo desde hace tiempo los expertos: el ‘efecto rana hervida’ está haciendo que perdamos interés por los efectos de la contaminación en nuestro entorno. Nos hemos ido acostumbrando, como la rana de la fábula, a que la mención de la contaminación como uno de los grandes problemas de supervivencia del planeta haya atenuado nuestra percepción de la misma como la seria amenaza, no visible pero letal, que supone para la Tierra mientras caemos lenta e imparablemente en la trampa.
Así llegamos a la celebración de la Semana Verde Europea, que este año se deja empapar también por la pandemia que todo lo tiñe y que ha elegido como eslogan ‘Contaminación cero: para una población y un planeta más sanos’, coincidiendo con la divulgación del Plan de Acción Europeo ‘Aspirar a una contaminación cero’, publicada el pasado 12 de mayo.
Precisamente, este plan de acción de la Unión Europea es una acción clave del Pacto Verde Europeo programado para la primavera de 2021: contribuirá a crear un entorno libre de sustancias tóxicas en toda la Unión mediante labores de vigilancia e información mejoradas y evitando y remediando la contaminación del aire, el agua, el suelo y los productos de consumo.
La contaminación. Una amenaza silenciosa, a veces invisible, que mella no solo la salud de nuestro planeta, si no también nuestra salud y la de las generaciones venideras. Anualmente, uno de cada 8 fallecimientos que se producen en la Unión Europea está causado por algún tipo de contaminación ambiental y está relacionado directamente con cáncer, problemas coronarios, enfermedades respiratorias, mentales y neurológicas o diabetes, entre otras.
Además, la contaminación y sus peores efectos suelen cebarse con los grupos de población más vulnerables, lo que acrecienta las desigualdades que ya son todo un reto en nuestro entorno.
Sin lugar a dudas, la contaminación es también un problema para la salud de la Tierra. La contaminación nos condena a que nuestros hijos y nietos reciban un planeta con un millón menos de especies de plantas y animales, de los ocho millones que se estima viven en el planeta. Si esa pérdida de biodiversidad no nos preocupa per se, es importante recordar que la biodiversidad es garantía del mantenimiento de nuestros sistemas económicos.
Un claro ejemplo es la función de los insectos, amenazada por el declive de muchas de sus especies debido al deterioro progresivo de su hábitat. La contribución de los insectos a nuestra economía se estima en unos 15.000 millones de euros en producción agrícola anual en la UE. Para poner esa cifra en contexto, recordemos que España recibirá en ayudas europeas agrarias directas de la Política Agraria Común menos de 5.000 millones de euros al año. Y llevando el ejemplo a lo local, necesitamos de esta diversidad para seguir cosechando las cerezas, aceitunas o higos en el Valle del Tiétar, las manzanas y judías en la comarca de Barco, los cereales de La Moraña o los melocotones de Burgohondo.
En definitiva, y con el reto de la contaminación cero marcada en rojo en la agenda del Pacto Verde Europeo, no restemos importancia a lo que no vemos porque, con demasiada frecuencia, es mucho más importante que lo que sí vemos.
Inmaculada Gómez Jiménez es doctora en Ciencias Ambientales y procuradora de Ciudadanos por Ávila en las Cortes de Castilla y León
Artículo de opinión publicado en Diario de Ávila el domingo 6 de junio de 2021.